Épocas de Overclocking mental
Emiliano E. J. Crivellari
Me pregunto si alguien vio a su alrededor hoy. Si alguien logró escapar un instante de ese bombardeo de imágenes e información que nos satura, si alguien notó que vivimos sumergidos en una vorágine de estímulos que inunda cada porción de capacidad reflexiva de nuestro ser.
Entre los siglos XVI y XVIII se impuso en Europa un modelo económico llamado Mercantilismo, entre sus postulado mantenía la idea de que la base de la riqueza, y poder, de un reino era acumular oro y plata, acumular y acumular, cuanto más se tuviera (en metal, tangible, a lingotes me refiero), más poder se tendría. Hoy parecería que estamos atrapados en un “Mercantilismo Informático”, ansiosos y sedientos de información, datos y más datos, recibirlos, enviarlos, tenerlos disponibles y en abundancia, más y más ancho de banda, más y más “G” en los dispositivos, y la pregunta es ¿cuándo empezaremos a utilizar esa información en vez de sólo acumularla?. Creo que nunca, es que simplemente no podremos. No obstante, eso no importa, por ahora, lo único que parece tener sentido es avanzar hacia una intercomunicación total, inalámbrica y en tiempo real, parecemos el burro corriendo tras la zanahoria, una zanahoria, claro, inalcanzable. Quizás con el desarrollo actual nos alcanza y sobra, pero no hay tiempo de probar si es así, es mejor correr y avanzar más. Recuerdo un capítulo de “Los simpson”, los amigos nerds de Homero habían encontrado la forma de descargar pornografía de Internet un millón de veces más rápido, Marge pregunta “¿es necesaria tanta pornografía?”, mientras Homero se babeaba pensando “Un millón de veces”, el ejemplo es perfecto, importaba más la velocidad que la información en sí.
¿Qué nos produce esa codicia informática? Realmente no lo sé, he descargado a mi computadora más libros de filosofía de los que leeré en mi vida, cada vez que encuentro libros descargables paso horas bajándolos, más horas descargando que leyéndolos y aún así me siento agradecido por esa posibilidad, llevar en mi pendrive una biblioteca entera, tener a Alenjandría misma en un disco externo de 1 tera y que aún me sobre espacio. ¿En qué nos hemos convertido y a qué costo? ¿Es el materialismo capitalista que encontró una brecha potable en la posesión de bienes intangibles? Parecería que se han mezclado las premisas “la sabiduría es poder” con “el tener sobre el ser”, ambas a medias, omitiendo la parte de “la sabiduría” y la del “ser”.
Hace un tiempo oí en una documental algo así como que el hombre actual, percibía por día (y procesaba) una cantidad de información que superaba a la que un hombre de la Edad Media percibía en toda su vida. Si bien tomo el dato más como una metáfora que como un cálculo real, la comparación me parece acertada.
Existe una técnica llamada “overclock” que consiste en configurar el funcionamiento de de un dispositivo por encima de los límites que establece el fabricante, se obtiene más rendimiento aunque puede haber algunos problemas de funcionamiento y la reducción de la vida útil del equipo. Estimados lectores, pensadores, noto que los avances tecnológicos de las últimas décadas han colocado a las personas en un estado de “overclocking mental”. Es que continuamente interactuamos con máquinas, son parte de nuestra vida, dispositivos con un poder de procesamiento que excede de manera incuantificable nuestra capacidad. Y en esa relación, aparentemente simbiótica, competimos con ellas, y necesariamente, forzamos nuestra mente para estar a la par, generando consecuencias que van desde el estrés, hasta las fobias, trastornos de ansiedad y todo tipo de patologías psicológicas.
Con la revolución industrial el hombre se vio obligado a adaptar su sistema de producción y vida al de la máquina, que se basa en cantidad de producción sobre un tiempo determinado, por ejemplo 1000 unidades por hora, cuando la capacidad de trabajo de la persona era, quizás, de apenas 100 en el mismo tiempo. Basta con ver la genial obra de Chaplin “Tiempos modernos” para comprenderlo. Todo ese cambio tuvo consecuencias negativas en las personas, el hombre alienado, viviendo en función del tiempo (antes de la revolución industrial los relojes eran piezas de lujo, sólo de bolsillo, luego empezaron a ser populares, todos debían tener uno, siempre visible en la muñeca, para controlar el tiempo ya que “el tiempo es dinero”), el hombre como un simple eslabón más en la cadena productiva. Marx, y tantos otros comenzaron a advertirlo, el resto es historia conocida.
Lo mismo creo que está ocurriendo hoy, así como la velocidad de producción marcó la velocidad de trabajo del hombre (por encima de su capacidad), hoy la velocidad de procesamiento está marcando la velocidad de funcionamiento intelectual de las personas, y también está por encima de su capacidad. Generamos ese overclock a fuerza de bebidas estimulantes, ríos de café, toneladas de azúcar, bebidas energéticas, etc. sin contar fármacos y drogas de todo tipo disponibles en el mercado. Saturamos la mente, y consecuentemente el cuerpo, para enfrentarnos a una sobreexigencia.
Aclaro que, en sí, el cuerpo puede hacer frente a una sobreexigencia, posee cierta capacidad que le permite dar una respuesta física y mental en su límite superior ante situaciones extremas (algo así es el fenómeno conocido como eustrés, lo que es algo positivo y necesario), pero esa respuesta es limitada y temporal. En cambio cuando es sometido a una sobreexigencia prolongada, incluso a fuerza del abuso de estimulantes externos (así más no sea la “inocente” cafeína de todos los días) esa sobreexigencia, estado de alerta extremo, esa respuesta física y mental se sostiene con continuidad durante periodos extensos o simplemente es una constante, entramos entonces en un estado de distrés, es decir el estrés negativo, el dañino; ya que no cesa, la mente y el cuerpo permanecen en un estado de alerta a un nivel máximo, continuo, no se detiene, no da la posibilidad de descansar y reponerse, es el overcloking mental, obligamos a nuestro cuerpo a trabajar de manera continua bajo una exigencia que no puede tolerar indefinidamente. La competencia entre el hombre y la máquina ha comenzado. Con una diferencia, la máquina nos supera en rendimiento, puede operar con la misma capacidad de manera constante, hasta qua alguien la apague y al otro día la vuelva a encender. Nuestro cuerpo no, el modo de exigencia extremo una vez activado no se detiene con desenchufarlo, de hecho al momento de acostarse a descansar continúa funcionando, sobreexigido, alerta. El insomnio, las vueltas en la cama, el bruxismo, etc. ¿Qué opción existe entonces? así como forzamos el rendimiento podemos forzar el descanso, y tenemos todo un muestrario de fármacos y soluciones destinadas al descanso óptimo, por 7 horas, con suerte, claro, ya que al otro día volvemos a competir con la máquina y nuestra mente debe estar a su altura.
Problemas psicológicos, psiquiátricos, úlceras, gastritis, colesterol, hipertensión, etc. basta con caminar en las grandes ciudades para ver el estado de agresión y violencia extrema a la que nos enfrentamos, idéntico al estado de ansiedad y nervios que afectan a una persona que lleva días sin dormir, el resultado de una mente y un cuerpo sobreexigido que no logra recuperarse.
No hay un Apocalipsis de máquinas humanoides peleando contra humanos y venciéndolos, no es necesario. Cyrulnik afirmó en una entrevista, algo así como que el siglo XXI será el de la sumisión a las máquinas (Ver nota al pie 1). En lo personal creo que eso ya comenzó hace rato, esa competencia injusta tuvo su germen en el primer motor a vapor, o quizás antes, y lo peor es quizás la paradoja en que nos sumerge; esos avances, a la vez que han (y continúan) dañando, también han expandido los límites de la conciencia humana de maneras impensadas. ¿Puede existir un exceso en ello? ¿Quién podría medir el límite justo? ¿Hasta dónde podemos llegar sin comenzar a limitar, incluso retrotraer aquel desarrollo? Todos los grandes imperios han crecido, en aspectos geográficos, técnicos, sociales, etc. hasta llegar a un punto en el que comenzaron a decaer, para terminar luego en la desaparición.
¿Cuándo llegaremos a la cima que amerite la retirada victoriosa y oportuna? ¿Será el próximo paso el del tropiezo? si existe la posibilidad de que lo sea, ¿vale la pena darlo de todos modos?
Y qué si me tiento con Unamuno, qué tal si lo pienso desde el hombre concreto, no en abstracto, si no el de carne y hueso, desde el Emiliano Crivellari hecho de materia aquí y ahora que soy, y como todo hombre, algo así propone Unamuno, su esencia es el deseo de inmortalidad, el de no morir, en seguir siendo este yo, no mi alma o mi espíritu trascendente sino este que escribe, usted que lee. Quizás todo avance que prolongue mi vida vale la pena, aún a costa, quizás de reclamar una porción de ella, quizás a costa de enfermarme vale la pena hallar una cura.
Muchos repudiaron la decisión de EEUU de no firmar el protocolo de Kyoto, el argumento para no aceptarlo era, en líneas generales, que ese acuerdo implicaría la ruina de su economía, que encontrarían la forma de continuar con el desarrollo y a la vez reducir la emisión de gases contaminantes. Muchos sentimos aversión a la productividad dañina para el medio ambiente, pero no estamos dispuestos a sacrificar el avance; parece que el mismo razonamiento lo aplicampos a nuestra vida, nos decimos a nosotros mismos, quizás de manera inconciente: “la forma en que vivimos nos enferma, nos mata, está mal. Es cierto, ya encontraremos la forma de evitarlo, mientras tanto no sacrificaremos nuestra competitividad, nuestros ingresos, nuestro estatus, ni esos placeres momentáneos, de esparcimiento, ocio, y recreación que nos brinda la tecnología”
De repente Nietzsche vuelve a hacerme pensar: “El único argumento decisivo que en todos los tiempos ha disuadido a los hombre de beber un veneno no es su efecto mortífero si no su mal sabor” (Ver nota al pie 2)
Siento que vivimos en un estado de aceleramiento constante, conexión continua, comunicación inmediata, mayor acceso a la información, pero hay cada vez menos que comunicar, hay cada vez menos reflexión sobre esa información.
A veces parece que es como si se hubiera mejorado el sistema de correo de un pueblo, como si se hubieran contratado más carteros, con motos más veloces, intercomunicados, y para hacerlo se hubiera empleado a la mitad de los habitantes del pueblo. La otra mitad está constantemente recibiendo y enviando cartas, claro, todos los sobres están vacíos, es que la mitad del pueblo trabaja todo el día para la oficina de correo, y la otra mitad recibe cartas tan rápido que debe responderlas y enseguida recibe la respuesta que debe volver a responder, obviamente no queda tiempo para redactar el contenido de la misiva.
No me gustan las teorías conspiracionistas que abundan en Internet, pero me pregunto ¿es realmente casual que hayamos llegado al punto que todo es tan veloz que no queda tiempo para la reflexión profunda, personal e individual? ¿Sacrificamos la profundidad de pensamiento en pos de tener las conclusiones en un tiempo “aceptable” comparado con el de nuestras máquinas?
Existe un aforismo de Confucio que sostiene algo así como “el estudio sin reflexión es inútil, la reflexión sin estudio peligrosa” Me pregunto en cuál de los dos estados estamos ubicados hoy en día.
Quizás ese estado de hiperactividad mental es, simplemente, parte de un proceso evolutivo que actualizará las potencialidades del ser humano (aún más de los que ya las actualizó), realmente me sorprende ver niños muy pequeños utilizando computadoras con una naturalidad y comprensión que parece innata, y por el contrario, ver a mis padres con tremendas trabas para una comprensión y uso eficaz de las aplicaciones disponibles. Paralelamente se promociona en el mercado una pastilla que dicen que potencia la mente de forma increíble (otra vez el overclock farmacológico), mientras que por otro lado crece la demanda de clases de “mindfullnes” o meditación que tiene como objetivo “aquietar” la mente, situarse en el tiempo presente y en lugar “aquí”.
En definitiva… todo esto fue sólo el desordenado resultado de mi sinapsis neuronal; desconozco si mi postura es sólida o al menos clara. Hace un tiempo vi en una documental a un estudioso que proponía algo así como que la tecnología más sustentable (en razón de su forma de fabricación, falta de obsolescencia programa, etc.) era, creo, la de la década del ´70. La idea me quedó dando vueltas, al principio me gustó, tenía (y tengo) la infundada sensación de que la vida entonces era más calma, menos estresante, tan tentadora, tan relajada y placentera aunque sin esos placeres tecnológicos que tanto disfruto. Recordé entonces un cuento que me contó un profesor en la universidad, decía algo así: un empresario millonario se acercó a un joven pastor que se encontraba durmiendo bajo un árbol en un campo.
Empresario: Ey, tú, ¿qué haces?
Pastor: Dormía
Empresario: Pero, estás perdiendo un tiempo precioso, puedes ponerte a trabajar.
Pastor: y ¿Pa´ qué?
Empresario: Bueno, si trabajas duro puedes comprarte tu propio campo.
Pastor: Y ¿pa´ qué?
Empresario: Luego tendrás tus propios establos.
Pastor: Y ¿pa´ qué?
Empresario: Es que así ganarás dinero.
Pastor: Y ¿pa´ qué?
Empresario: Con el dinero puedes contratar a otros que hagan el trabajo de pastores.
Pastor: Y ¿pa´ qué?
Empresario: Teniendo empleados que hagan en trabajo por ti, puedes descansar.
Pastor: ¿Y qué es lo que estoy haciendo ahora?
Pienso que nos exigimos sobremanera, nos estresamos, nos enfermamos, pero, gracias a todo eso, al volver a casa tenemos un par de horas de despeje de la mente mirando nuestro led, en HD, la comida elaborada que podemos pagar gracias a todo lo que trabajamos, el aire acondicionado que encendimos incluso antes de llegar desde nuestro celular y tantas otras cosas más, quizás incluso clases de yoga, o pilates, todo lo necesario para descansar, liberar la mente del flujo abusivo de información de la jornada laboral, si nos generó acidez hay antiácido, si nos trajo dolor de cabeza, había aspirina, luego aspirina más cafeína, luego aspirina fuerte, luego hibuprofeno 100, 200, 400 mg y sigue en aumento, ¿Dónde venden el tiempo para la reflexión? la reflexión propia, la introspectiva, la que ensaya la extraordinaria y única capacidad del yo siendo conciente del yo.
Insisto, no soy un abolicionista tecnológico, escribo este texto en una netbook, tengo conexión a Internet, mi celular, mi ebook reader, etc. Sólo reflexiono sobre la necesidad de ello, o mejor dicho, su indispensabilidad. Quizás en parte adhiero a Schopenhauer, cuando afirmaba que no tenía por qué vivir conforme a cómo pensaba.
Y es que sólo quiero poder pensar libremente e invitar a que los demás piensen libremente, si desean hacerlo. Creo que lo que nos caracteriza como verdaderamente humanos es la posibilidad de pensar, de filosofar. Nietzsche argumentó: “Una persona que piensa libremente recorre anticipadamente la evolución de generaciones enteras” (Ver nota al pie 3), sólo eso quiero, un momento de eso, de pensar con libertad, eso que es algo que puedo hacer sin distrés, eso que es algo que las máquinas aún ni siquiera divisan, eso que hace que mi simple humanidad las venza y con gran ventaja.
- http://elpais.com/elpais/2016/03/22/actualidad/1458665067_836852.html consultado el 22/11/2016
- Nietzsche Fiedrich. “Humano, Demasiado Humano”. Ediciones Akal S. A. Madrid. Pag. 24
- Nietzsche Fiedrich. “Humano, Demasiado Humano”. Ediciones Akal S. A. Madrid. Pag. 274