Vivir a través del Yoga. Parte 1.
Aspectos olvidados de la práctica profunda del yoga
Emiliano E. J. Crivellari
Una vez un gran y querido profesor me dijo una frase que era más o menos así: “podés ir a misa pero sin ser sacerdote”, o al menos así la recuerdo. Lo decía en referencia a que uno puede participar o realizar cierta actividad que le guste o haga bien, incluso con cierto compromiso, pero no es necesario que haga de esa actividad algo que sí o sí implique una dedicación completa de su vida y modo de hacer las cosas. Siento que con el Yoga ocurre algo similar, uno puede practicarlo una o algunas veces por semana y sentirá sus efectos, no hay duda, no obstante el beneficio máximo del Yoga trasciende la mera actividad recreativa. Cuando viví en el ashram Loknath, en Chillán, uno de mis queridos maestros, Tonmoy Shome me decía a menudo: el Yoga no es sólo ásanas, Yoga es un estilo de vida. Desde la primera vez que lo escuché me sentí totalmente comprendido, es que creo que el Yoga es un modo de vivir, y, como tal, posee un aspecto casi olvidado que comienza justamente al terminar la clase. Es precisamente el aspecto moral del Yoga.
Obviamente que tal cuestión no abarcará a todos los practicantes, si no especialmente a aquellos que busquen una práctica profunda que, de algún modo, tenga una influencia sustanciosa en su vida. Aclaro que no considero que haya nada de malo en dejar de lado este aspecto (no me considero en posición de juzgar a nadie, y creo que nadie debería sentirse en dicha posición) aquel que simplemente busca el beneficio físico en el Yoga o la tranquilidad de la mente en la meditación Yóguica, obviamente sentirá en parte los beneficios, pero en la esencia del Yoga existe todo un mundo que va más allá de eso.
El Yoga (también) es una disciplina moral, y particularmente una que al practicarla, considero personalmente, hace maravillas en uno y en el mundo. No obstante, como toda disciplina, no es sencilla, y requiere una disposición voluntaria de todo nuestro ser para hacerla parte de nuestra vida de manera constante. La visión holística del universo, la conexión con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos requiere de estos aspectos para su realización honesta y real.
El Yoga es (también) una disciplina moral. “Moral” en el sentido que implica una serie de pautas, guías, para accionar de manera adecuada. Esto no es un invento ni un deseo personal, es lo que resulta de la tradición en la que el yoga se desarrolló, así desde los Yoga Sutras de Patañjali se hace referencia a una serie de normas que deben seguirse llamadas Yamas y Niyamas, incluso se mencionan como una de las primeras de las 8 partes que conforman el Yoga compilado por dicho autor. Siglos más tarde, aunque muchos lo ignoran, esta idea de los Yamas y Niyamas volvió a tratarse en otra de las obras fundamentales del Yoga actual: el Hatha Yoga Pradipika. En esta obra, ya dentro del Yoga post clásico, y dentro de los yogas tántricos (como el Hatha Yoga) se incorporan a esos cinco Yamas y Niyamas originales otros diez (cinco Yamas y cinco Niyamas).
De ambos conjuntos de directivas vale resaltar:
Según Patañjali:
No matar (y por añadidura no violencia), veracidad (no mentir), no robar, “ausencia de codicia por posesiones más allá de nuestras necesidades” (ver nota al pie 1), limpieza personal, contentamiento (estado de felicidad y satisfacción) y estudio y conocimiento de uno mismo.
Incorporados en el Hatha Yoga Pradipika:
Paciencia, fortaleza de espíritu, compasión, honestidad, moderación en la dieta, espíritu religioso, caridad, sencillez. (ver nota al pie 2)
En palabras de Iyengar “Los principios de Yama implican no desear herir de palabra, pensamiento u obra; ser sincero, veraz y honesto; no robar o apropiarse indebidamente de la riqueza o las posesiones ajenas; (…) [y] poseer sólo lo que uno necesita, sin ser avaricioso” (ver nota al pie 3)
Como puede apreciarse, todas son directivas morales y se presentan tradicionalmente como uno de los primeros aspectos a abordar en la práctica del Yoga. Curiosamente en los Yoga Sutras de Patañjali los Yamas y Niyamas están primero y son desarrollados de manera íntegra, mientras que las Ásanas apenas se mencionan, describiendo de manera escueta qué es un Ásana y sin nombrar ninguna. Claramente en el origen el aspecto moral, como paso necesario para el Samadhi (finalidad del Yoga), era más importante que el físico.
Es que el Yoga también consiste en ser mejores personas. Recuerdo mi charla con una maestra que había tomado los votos de Brahmacharya, y decía que su vida la llevaba a cabo como si continuamente hubiera una cámara que la estuviera filmando, captando tanto su comportamiento externo como sus pensamientos más íntimos, viviendo sin mentir, odiar, ofender, etc.
Aquella descripción me pareció sumamente acertada. Es que lo primero que habría que aclarar, según mi entender, es que el Yoga es una actividad solitaria y personal, lo que, de por sí, es una cuestión difícil de procesar en estos tiempos. El Yoga no es una actividad grupal, de hecho, tradicionalmente se trasmitía de un maestro a un alumno. Incluso en obras como el Hatha Yoga Pradipika se menciona la necesidad de buscar, básicamente, una cueva sin ventanas ni luz para dedicarse a la práctica. Las historias y leyendas de grandes maestros que han alcanzado la máxima finalidad del Yoga (Samadhi) lo han hecho recluidos en la intimidad de una cueva en el Himalaya o en soledad. Por lo general las grandes epifanías de profetas y personajes históricos, iluminaciones y situaciones por el estilo han tenido lugar en lugares apartados y solitarios.
¿Pero el Yoga no es unión? ¿No es una actitud Holística para con el universo? Claro que sí, pero, personalmente, considero que el camino que se sigue hoy en el Yoga está invertido, creo que uno no debería buscar la conexión con el todo para poder encontrarse a sí mismo, si no primero encontrarse a uno mismo, saber lo que es, y luego ofrecerse al todo cargado de ese valor. La cuestión se debate entre si “pedimos” u “ofrecemos”. Parecería que siempre se pide, hoy todos piden, reclaman, a veces en paz, a veces con violencia, todos exigen, pero nadie o casi nadie ofrece. Eso es producto de lo desencontrados que estamos con nosotros mismos. Las nuevas tecnologías y la facilidad de comunicación nos conectaron a todos con todos, es maravilloso, pero se ha diluido la búsqueda personal, silenciosa e interna.
Si todos corriéramos igual de rápido a hacer lo correcto que lo que corremos para publicar en Facebook o Instagram el mundo estaría salvado. Pero siento que vivimos haciendo para mostrar. En el mejor de los casos nos sumamos a reclamos colectivos (que pueden ser legítimos o no) pero bajo la idea de que la unión hace la fuerza y que el apoyo y la manifestación exterior es una forma de contribuir, a veces nos limitamos a adherirnos únicamente a grandes causas, viéndolas desde lejos y a veces sin notar nuestro grado de responsabilidad en ellas, nuestra contribución diaria a que existan y nuestra posibilidad de realizar una acción personal, silenciosa y sincera que en verdad contribuya a su erradicación.
¿Pero qué pasa en la revolución silenciosa, interna del día a día, en el actuar conforme a la propia convicción y la propia conciencia, el hacer las cosas bien aún en las cosas casi insignificantes o en las que no tienen el foco del reflector? A veces olvidamos que el mundo, la realidad, todo, está constituido de una infinidad de acciones que realizamos y que depende de nosotros hacerlas de manera correcta o incorrecta. Allí radica la importancia del Yoga como modo de vida.
Recuerdo haber oído una fábula que me pareció extraordinaria, decía algo así:
En una selva se desató un terrible incendio, los animales corrían despavoridos alejándose del fuego. Mientras huía un león notó que un colibrí volaba en dirección contraria, es decir, volaba hacia el fuego. El león vio que el colibrí iba y venía, alejándose y luego yendo nuevamente hacia el incendio. Finalmente el león se detuvo y le preguntó: “¿Qué hacés?” El colibrí contestó: “estoy cargando agua en mi pico y la arrojo para apagar el fuego” El león perplejo le preguntó: “¿Realmente crees que con tu diminuto pico podrás apagar semejante incendio?” A lo que el colibrí respondió: “No, yo solo no podré apagarlo, pero al menos estoy haciendo mi parte”
Eso es el Yoga, no meramente la actividad recreativa de posturas, respiración y relajación que solemos hacer una o dos veces por semana, si no, esa misma actividad sumada a un modo de actuar continuo coherente con los principios universales que contiene la tradición del Yoga (que casualmente se condicen con los principios de muchas religiones, filosofías, movimientos, etc.)
Es que Yoga significa unión, unidad, primero conmigo mismo, actuar y hablar conforme a como siento y pienso, hacer lo que dije que haría, hacer lo correcto como si me estuviera mirando, es que si siempre estoy en mi presencia, no puedo actuar a mis espaldas, no puedo esconderme de mí mismo. Para los que creen en un Dios (tenga el nombre que tenga) Yoga es unión con esa conciencia universal ¿cómo voy a unirme a ella y actuar de forma equivocada, como voy a esconderme de ella si estoy unido? Si soy uno con toda la creación, toda la creación está conmigo siempre, nuevamente me pregunto ¿cómo esconderme para actuar en su contra?
Hacer lo correcto cuando nadie mira, obrar sin violencia externa ni interna (pensamiento), hacia las personas y las cosas y hacia conmigo mismo. No mentir (a los demás ni a mí mismo), alimentarse de manera conciente, no alentar la discordia, no hablar mal de la gente, cuidar lo que es de otros, respetar a los demás, etc. Hay tantos momentos para hacer las cosas correctamente, tantas oportunidades silenciosas para ser un Yogui, sin mat, sin sahumerio.
Una vez leí sobre una historia acerca de un escultor llamado Fidias. Este fue contratado para realizar una escultura en ofrenda a los Dioses que sería colocada en lo alto del templo. Cuando llegó el momento de cobrar por su trabajo le recriminaron que quería cobrar por todo el tallado que había realizado (incluso la parte trasera de la imagen) cuando en realidad sólo la parte del frente se veía. Ante la negativa de pagarle lo que no se veía él planteó que la estatua había sido hecha para los Dioses, y que los Dioses sí podían ver la estatua completa. Consiguió así el pago íntegro.
Este era el mismo pensamiento que invocaba aquella Brahmacharya.
Recuerdo las palabras de González-Carvajal (ver nota al pie 4) al hablar de las estructuras de pecado y el “corazón de piedra”, nacemos en un mundo organizado de tal manera que arrastra todo tipo de vicios, violaciones, abusos y maldades, todo tan entremezclado, a veces cerca, a veces en un continente lejano, todo en una estructura de la que participamos cotidianamente, incluso a veces sabiendo de su existencia, pero de la cual escapar parece imposible.
Pero, si uno no cree en Dios, ¿qué hay de los ateos, agnósticos, etc.? ¿Por qué habrían de actuar de manera correcta y honesta ateniéndose a sus consecuencias? A lo largo de la historia se han ensayado numerosos escenarios de amenazas, el infierno, el karma, etc. No obstante, personalmente, creo que el enfoque no fue adecuado, “no hacer el mal por miedo” no es lo mismo que “hacer el bien por amor”. Es que considero que el impulso natural a hacer lo correcto es la empatía, el sentir el sufrimiento del otro y actuar como si fuera propio. No generar un sufrimiento innecesario e intentar mitigarlo si ya se ha producido.
Creo que no se puede ser un verdadero practicante, un verdadero yogui, sin cultivar este tipo de disciplina personal, sincera y como modo continuo de vida. Vivir el Yoga implica practicarlo fuera de la clase, no sólo en ella.
- B.K.S. Iyengar. “Luz sobre los yoga sutras de patañjali” Ed. Kairos. Barcelona. Pag. 213
- Hatha Yoga Pradipika, traducción disponible en
http://www.yoga-darshana.com/hathayogapradipika.pdf consultado el 21/07/18 - B.K.S. Iyengar. “Luz sobre los yoga sutras de patañjali” Ed. Kairos. Barcelona. Pag. 213
- Luis González-Carvajal. “Este es nuestra fe” Ed. Sal Terrae. España.